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[Como la comida, los libros no saben igual para todos; Esta columna es solo una opinión.]

Todos los años, para navidad y cumpleaños, mi hermana –entre otras cosas- me regala un libro; es ya una tradición, casi un acuerdo implícito. Lo leo, lo lee ella y luego lo comentamos, alucinando con algunos y dejando otros en el olvido. Así llegó el de Florencia Eluchans a mis manos, un libro que no es para alucinar ni para olvidar, está justo al medio, pero que tiene una trama que es interesante comentar.

La historia –una de ellas- se centra en Elisa, una chilena radicada hace años junto a su marido en NY. Tiene una pega soñada, una relación estable y una vida típica de serie, muy Friends, muy How I Met Your Mother. Sin embargo, los problemas parten cuando su marido le cambia los planes y le dice que quiere ser papá.

Paralelamente, y a través de un diario de vida que llega a la editorial donde trabaja Elisa, conocemos la historia de Beth, una mujer que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, y que a pesar de todas las atrocidades de las que era testigo, vivía por y para su único hijo.

Es así como la autora nos enfrenta a dos realidades muy distintas y no solo por el contexto, que es una obviedad de las épocas, sino que por la gran diferencia de opinión que pueden llegar a tener dos mujeres frente a la maternidad.

Para Beth, su hijo y su marido eran el motor que la hacía funcionar. Para Elisa, en cambio, ser madre no era parte de su plan y cuando Diego se lo planteó, sufrió una especie de traición; “esto no fue lo que acordamos… cuando te conocí te dije que yo no quería ser mamá”.

Es en este punto donde se mezclan ambas historias, y lo que hace finalmente que el libro debut de Florencia Eluchans haya sido record de ventas, sacando una segunda edición solo semanas después de su lanzamiento.

Plantear el tema de la maternidad como un punto de quiebre resulta interesante no solo por la era que estamos viviendo, sino porque sabemos que por años ha sido algo 100% ligado a las mujeres, donde te juzgan por serlo muy joven, o por postergarlo para más tarde, o por si tienes varios hijos de distinto papá, o si “se te fue el tren”, o si simplemente decidiste no tenerlos, en una sociedad -por cierto- donde esa decisión es de todo, menos simple.

Para Beth, tener a su hijo cerca era prioridad. A pesar de las bombas que explotaban en la puerta de su casa, a pesar de estar varios días sola porque su marido debía cumplir su rol como piloto de guerra, y a pesar de que muchas veces no tenía luz ni nada para comer… Luchó con todo aquel que le dijera que ese no era un buen lugar, que debía enviar a su hijo lejos para protegerlo y que no era cuerda por quererlo allí con ella. Fue así como terminó postergándose y cometiendo errores que pusieron fin a su lugar seguro, a su historia de amor, y a su terquedad por seguir siendo madre a toda costa, una que solo podría ser entendida por otra mamá.

Por su parte Elisa, por no serlo, recibió todas las críticas que recibe una mujer que confiesa no querer tener hijos, como si fuera un pecado capital que se debe confesar. Supo desde el minuto uno que esa opción terminaría con su matrimonio, con sus años felices, y con esa vida que por años le funcionó.

Mención aparte al final del libro, que cambia el contexto y te sorprende porque en ningún momento hace alusión a lo que podría pasar. Un punto para la autora que supo contar la historia sin pistas previas, y donde obtenemos un desenlace más real, no el más feliz o el más fatal, sino como la vida misma, que no siempre es la que imaginamos.

Por Macarena Valenzuela